Carta excéntrica

El ladrón de Bagdad (sin hache)

Listas hay de todas clases y para todos los gustos. El American Film Institute, por ejemplo, ha confeccionado varias con los mejores diez largometrajes estadounidenses de todos los tiempos por géneros. Y en el top ten de la categoría “cine fantástico”, aparece una película muda que acaba de cumplir nada menos que cien años: El ladrón de Bagdad.

Así, sin hache. Porque, total, las aventuras de un atlético y jovial buscavidas capaz de todo por el amor de una bella princesa no precisan de una ciudad real como escenario. Transcurre en una ensoñación, en el estilizado mundo de las Mil y una noches según el orientalismo de 1924, a caballo entre el cine expresionista y el art noveau.

Douglas Fairbanks no solo es el actor principal. Supervisó la dirección de Raoul Walsh y también el guion original, aunque esta vez no lo firme, como hizo en otras ocasiones, bajo el seudónimo de Elton Thomas.

Para que todo quede en casa, la película es una producción de United Artists, compañía creada pocos años antes por Griffith, Chaplin, el propio Fairbanks y su esposa Mary Pickford –la novia de América– para preservar el control creativo de actores y directores frente al poder de los grandes estudios.

El rodaje duró más de un año y se invirtió un millón largo de dólares (un pastizal en la época) para pagar a 3.000 extras, construir un desmesurado set con calles, palacios y murallas y hacer posibles unos efectos especiales jamás vistos, aunque para ello hubiera que recurrir a prácticas (ejem, ejem) discutibles.

Set en los estudios Fairbanks-Pickford en Santa Monica Blvd. 1926.

Es el caso del vuelo de la alfombra mágica. Ese truco, junto a otros igual de epatantes, aparecía en una película de Fritz Lang filmada tres años antes. Fairbanks, el muy pillín, decidió comprar los derechos de exhibición en Estados Unidos para retrasar el estreno y ser el primero en asombrar al público con ese efecto visual.

La alfombra era una plancha de acero de dos centímetros de grosor suspendida por una grúa a diez metros del suelo mediante dieciséis cuerdas de piano y sobre la que el actor (que no utilizaba dobles en las escenas de riesgo) y su partenaire (a quien imaginamos aterrorizada viendo a Fairbanks hacer el ganso) planeaban por Bagdad (sin hache).

Fairbanks también copió de los alemanes una escenografía cercana al expresionismo, aunque con una paleta de colores más clara y luminosa, para recrear jardines, balcones, y torres por donde nuestro pícaro ladrón escalaba y daba piruetas con el torso desnudo y pantalones con brilli-brilli y transparencias al estilo de los ballets de Diaghilev. Jerry Siegel y Joe Schuster se inspiraron en el musculoso cuerpo del actor para dibujar a Superman. Pero con capa, claro.

El viaje de los príncipes de Mongolia, Persia y la India en dura competencia con nuestro ladrón, Ahmed, por hallar el objeto más singular del mundo y así ganar el favor de la hija del califa (Julanne Johnston) no es el argumento más original (ni feminista) de la Historia, ahí te doy la razón.

Pero esa sencilla trama nos ha legado una película muy entretenida y un puñado de escenas con efectos inéditos hasta entonces, como el mundo submarino recreado con cristales, el infierno en llamas, estatuas gigantes que cobran vida, capas de invisibilidad y caballos voladores que siguen siendo fascinantes hoy.

Bueno, el percherón con alitas, no.

Otra de sus virtudes es la elección de los secundarios. El malo malísimo recayó en Sōjin Kamiyama. Su cómplice era Anna May Wong, que también lo bordó. Tanto que acabó encasillada en papeles similares como personificación del tópico de la oriental perversa.

Hay otras curiosidades en el reparto, como que el príncipe indio fue interpretado por el actor Noble Johnson, quien tuvo que blanquear su piel negra a base de capas y capas de maquillaje para encajar en el papel. O la presencia en los créditos de M. Comont como príncipe de Persia, escamoteando el detalle de que era una mujer, una actriz francesa de nombre Mathilde. No se entiende la razón para ocultarlo, además de resultar evidente viendo la peli.

También se contó con varios niños, disfrazados de guardias de palacio, para conseguir la ilusión de que custodian un simio gigantesco que, obviamente, es un pequeño chimpancé.

Si te pica la curiosidad, tienes varias opciones para verla. En Youtube está disponible una versión restaurada, con una banda sonora inspirada en la Sherezade de Rimsky- Korsakov a cargo Carl Davis. También puedes encontrarla, con los intertítulos subtitulados al castellano, en Prime Video, Filmin y Dailymotion. De nada.