
Hay quien remonta el nacimiento del arte a la pareidolia, ese mecanismo que nos insinúa un rostro humano al mirar una nube o nos hace ver el retrato de Jesucristo en una tostada.
Quizás las primeras expresiones artísticas surgieron cuando alguien decidió modificar manchas naturales de humedad sobre una roca o tallar el nudo de una rama para incrementar su semejanza con un objeto o un animal del entorno y que así todos pudieran ver más claramente el parecido.
La klexografía o caleidografía pone nombre a la generación de ese tipo de imágenes, en este caso a partir de gotas de tinta sobre un papel que luego se dobla para crear manchas simétricas.
El método se hizo popular como un inocente juego infantil, pero Víctor Hugo también le dedicó su tiempo y hasta se usó para formular, siguiendo la atracción que el psicólogo Carl Jung sintió hacia este modo de crear imágenes, todo un manual de diagnóstico de la personalidad: el test de Roschard.
Kleksographien recoge la incursión de Justinus Kerner en el universo de los borrones de tinta. Varias décadas antes de los trabajos de Roschard, compuso un tratado alrededor de las manchas alteradas, persuadido de que los resultados no respondían a una proyección de su mente; más bien se revelaban como “daguerrotipos del mundo invisible”.