Capaces de sorprendernos hasta cuando conducen, los británicos han hecho gala de una independencia de criterio cada vez menos común ( por desgracia). El recuento de votos en la última cita electoral en las islas (también peculiar por el modo de distribución de escaños) es una bofetada en la cara a lo que la opinión publicada ha ido desgranando – con medidas e interesadas dosis – en las últimas semanas, a saber: descalabro de los laboristas a niveles sólo recordados por los más viejos del pub, ascenso irresistible e inevitable de los conservadores ante las urgencias que demanda la crisis y explosión de los liberales demócratas como fuerza capaz de cambiar incluso las ancestrales reglas del juego.
Para sustentar estas tesis, los medios no han dejado pasar oportunidad alguna. Un día era el desliz de Brown ante una votante el que ejemplarizaba el brutal batacazo que se cernía sobre los laboristas; otro, la chispa de Clegg en un debate televisado daba credibilidad al runrún de que podían dar el sorpasso. Al siguiente, los conservadores barrían incluso en aquellos feudos donde se presentaban para no quedar mal…
Pero la realidad es terca y (afortunadamente) a veces se impone a los deseos y las evidentes campañas de los medios en defensa de sus intereses o los de sus amos. Los conservadores demuestran que su oferta de «pan para ninguno» no ha tenido el eco esperado. Crecen un seis por ciento ante el desgaste de un gobierno sumido en la peor crisis internacional en décadas, sí, pero sin obtener mayorías suficientes y como último banderín de enganche de los electores ingleses, siendo residuales en las periferias norirlandesa, escocesa y galesa (¿Les suena?)
Por su parte, las estrellas mediáticas de los LibDem ganan apenas un punto porcentual sin acercarse, ni de lejos, a los espectaculares resultados que les auguraban (con bastante prensa, como The Guardian, cambiando de caballo en medio de la carrera). El bluff de la Cleggmanía.
Y el superviviente Brown, desahuciado por todos desde el mismo momento en que tomó el relevo de Blair, estará preguntándose de dónde sacan los expertos y analistas los datos e intuiciones sobre las necesidades del pueblo llano o por qué «inexplicable» razón les cuesta tanto acertar en sus diagnósticos. Cabe una pregunta: Sin la campaña de acoso y derribo y sin los prematuros aunque extensamente difundidos responsos sobre su tumba,?