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Europa pierde

Más de lo mismo… o peor. Es la desoladora sensación que dejan unas elecciones en las que ni los planes contra la crisis, ni la ampliación de fronteras ni el refuerzo de las instituciones democráticas han centrado el debate. El reparto de castigos por la gestión de la economía y la política local ha eclipsado cualquier otro asunto entre los más antiguos del vecindario, mientras que las nuevas incorporaciones parecen haber agotado su cartera de ideas y entusiasmo una vez entrados en el euro y en el reparto de subvenciones estructurales.

 

El paisaje se completa con la irrupción de anomalías propias de la baja participación y la inmadurez política (desde el escaño de UPyD hasta la extrema derecha holandesa) pasando por un parlamento que no decidirá la presidencia de la Comisión y cuya dudosa legitimidad por el nuevo récord de la abstención parece empujarle a vegetar durante cinco años más. Queda ahora en manos de las estrella locales (Barroso, Sarkozy, Merkel, un disminuido Berlusconi y Zapatero, con su cercana presidencia de turno) la gestión de la agonía y la aprobación con calzador del Tratado de Lisboa, si es que los irlandeses rectifican en otoño.

 

Pese a la capacidad legisladora del Parlamento, poco nos importa su composición, a tenor de la abulia en la campaña y las votaciones. Porque sin política, es decir, sin el deseo real de los partidos de reactivar el debate y la idea de Europa, las instituciones dormitarán de nuevo en el olvido ciudadano.

 

Un hombre, un voto. Elección directa del ejecutivo y modificación de la circunscripción nacional. Sin esos mimbres, el sueño de una Europa con voz única y capacidad de respuesta en lo político, lo económico y lo social se desvanecerá ante la cara que ahora muestra: un club de intereses locales que regulan la moneda única.