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Polvo somos…

Como casi siempre, nos ha preocupado más el número de jornadas laborales perdidas que los efectos sobre el clima, la agricultura o la salud; el dinero que dejaban de ganar las compañías aéreas antes que el alivio que supone para el aire contar por unas horas con 17.000 aviones menos contaminando.

Y sólo después de echar esas cuentas recordamos que fue un meteorito, pero también probablemente la intensa actividad volcánica, lo que nos otorgó a los insignificantes y desvalidos mamíferos el cetro de reyes del mundo que legaron los dinosaurios. O que, muchos millones de años antes, se apunta a los volcanes y sus violentas sacudidas como responsables de causar la mayor extinción masiva que nunca se ha conocido,  librando de la pena capital a sólo un 10% de las especies vivas.

Que la tierra tiemble, que nada podamos hacer ante los colosos de piedra, despierta un miedo ancestral reflejado en nombres grabados para siempre en la memoria como sinónimos de destrucción y de impotencia ante la Naturaleza:  Santorini, Krakatoa, Tambora, Pinatubo, Vesubio… Un recordatorio de lo que somos: ceniza al viento.