
¿Y si te cuento que el Pony Express, el mítico servicio de correo a caballo que hemos visto tantas veces en las películas del Lejano Oeste fue un negocio ruinoso? ¿O que apenas estuvo en funcionamiento un año y medio? ¿O que el secreto de su eficacia era un control draconiano del peso de jinetes y valijas? Pues esa es la historia excéntrica de hoy.
Hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX, cuando se producía un acontecimiento relevante en la costa este de los Estados Unidos, la noticia llegaba muchos días más tarde hasta el otro extremo del país.
El escrutinio final de las elecciones presidenciales, por ejemplo, tardaba semanas en alcanzar la costa del Pacífico. Ni la red de diligencias ni la del por entonces incipiente ferrocarril daban para más.

Así que tres hombres de negocios empezaron a darle vueltas a la idea de establecer un servicio de mensajería con jinetes a caballo y por etapas.
Monturas y empleados irían dándose el relevo. De ese modo se evitaba las, hasta entonces, obligadas demoras para dormir o reponer fuerzas.
El objetivo final era crear una red eficiente, rápida y económica. Y llamar la atención del gobierno federal para que sus comunicaciones se confiaran en exclusiva a la nueva compañía de transporte urgente. El servicio no era precisamente barato, así que si la idea prosperaba, sería todo un pelotazo.
¿Qué necesitaban estos tres emprendedores para ponerlo en marcha? Obviamente, jinetes, claro. Jóvenes, en muchos casos menores de edad, y en buena forma física.

Para conseguir el trabajo se les exigía poca altura y poco peso, no más de 57 kilos. A cambio, recibirían un sueldo muy por encima de lo habitual, más del doble de lo que en la época,1860, ganaba al día un trabajador especializado.
También se necesitaba caballos de poca altura (de ahí lo de pony) aunque los 400 que se compraron no eran en realidad tales, si no caballos de razas Morgan y Mustang, las monturas tradicionales de los nativos americanos.
Hubo que contratar mucho más personal auxiliar; el encargado de que todo estuviera dispuesto en cada una de las paradas, zonas de descanso y establos de la red que pretendían desplegar entre San José, en Missouri, y Sacramento, el destino final en la lejana California.
Haciendo jornadas de 120 kilómetros y cambiando de caballo cada 24, más o menos, una carta cubría los más de tres mil kilómetros entre ambas ciudades en tan solo diez días.
Para lograrlo, era imprescindible que todo funcionara como un reloj en cada relevo y vigilando el peso casi al gramo. Los caballos no debían portar más de 75 kilos contando al jinete, agua, un revolver, un cuerno para avisar de la llegada a la siguiente posta y la mochila.
Así, en castellano, es como se llamaba al paquete postal que debían entregar. Ah, y también una pequeña biblia de bolsillo, encargada para Pony Express a la medida como aditamento que consideró indispensable para el trabajo uno de los socios de la empresa.
Una vez culminados los preparativos y la inversión, el servicio se puso en marcha. Era mucho más rápido y fiable que cualquier otra alternativa, pero la calidad tenía un alto precio. Si enviar una carta de apenas 15 gramos por otros medios costaba un dólar, hacerlo a través del Pony Express costaba cinco, el equivalente a unos 150 dólares hoy en día.
Eso sí: el pundonor y compromiso de los jinetes era legendario. El correo llegaba pese a las inclemencias climatológicas o las revueltas y asaltos de los nativos americanos, y esa leyenda crecería con el tiempo.
Su prestigio estaba asociado además a nombres míticos, como Bill Cody, Búfalo Bill, uno de los personajes más populares a finales de siglo en América. Decía haberse ganado la vida de jovencito llevando cartas de aquí para allá como empleado del Pony Express aunque, exceptuando las novelas basadas en su biografía, no existe ninguna prueba de ello.

Pero del prestigio y el buen nombre no se vive. En el año y medio que estuvo en activo el negocio, del tres de abril de 1860 al 26 de Octubre de 1861, los tres socios originales apenas recuperaron la mitad del dinero invertido.
Para mantener a flote la empresa, rebajaron los precios a un dólar en un intento de aumentar la cartera de clientes, pero eso no les libro de la bancarrota.
El anuncio del cierre se produjo tan solo dos días después de entrar en funcionamiento un nuevo servicio transcontinental de telegrafía entre Omaha, Nebraska y Sacramento, en California.
El tiempo del correo a caballo fue arrollado por la tecnología. Por mucho que corrieran las pequeños y veloces monturas del Pony Express, eran incapaces de competir con la inmediatez del telegrama.