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Los Afronautas de la Cosmozambia

En plena carrera espacial entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, un tercer e inesperado actor anuncia que se suma a la competición. Esta es la delirante historia del programa espacial de Zambia y su afronautas.

En 1964, apenas conseguida la independencia, la República de Zambia, antigua Rhodesia del Norte, proclama a quien quiera escuchar que África también reclama su pedacito de cielo. Ejerce de líder un singular personaje, el activista político, militar y educador Edward Makuka Nkoloso, quien anuncia que el objetivo no se quedará en un paseo lunar, si no que, tras una primera expedición para visitar el satélite, se pretende reenviar desde allí a varios astronautas -y también algunos gatos-  nada menos que a Marte.

Campo de entrenamiento espacial en Zambia.

El plan, una vez ondee la bandera de Zambia en el planeta rojo, es entrar en contacto con sus habitantes, pues afirma haber visto con el telescopio que allí vive una raza de pequeños marcianos. Y, por si eso no fuera bastante ambicioso, los extraterrestres serán evangelizados. Pero, cuidado, solo si ellos están de acuerdo, nada de imposiciones…

En fin, el anuncio se recibió tal y como lo estás procesando tú ahora, es decir, una locura aunque el perfil de Makuka Nkoloso no era exactamente el de un desequilibrado. Tenía estudios y entrenamiento militar, fue un incansable activista político, agitador social y sindicalista durante el periodo de dominación británica y uno de los cuadros políticos del levantamiento por la independencia.

Edward Makuka Nkoloso.

Puso en marcha proyectos educativos, se licenció en Derecho, se presentó sin éxito a la alcaldía de la capital, se le rindieron honores de Estado a su muerte, en1989, y años antes se convirtió en uno de los pocos extranjeros distinguidos con una medalla por la Unión Soviética en reconocimiento a su actuación en el frente del Este durante la Segunda Guerra Mundial.

El caso es que, como una moderna startup fundada por un visionario, la iniciativa espacial de Makuka Nkoloso abrió ronda de financiación pidiendo a diversos países (Israel, Egipto, Rusia y Estados Unidos entre ellos) y también a la UNESCO que desembolsaran unos cientos de millones para financiar el proyecto.

La fecha límite se fijó en el 24 de octubre de 1965, aniversario de la independencia y día en el que se lanzaría el cohete espacial desde el estadio nacional en Lusaka. Con este objetivo en mente, se abrió un campo de entrenamiento en una granja cercana a la capital del país y se reclutó a una docena de candidatos, incluida Martha Mwamba, una joven de 16 años destinada a ser la primera mujer en pisar Marte.

Varias agencias de noticias, televisiones y periódicos de medio mundo se interesaron por la historia. La BBC hizo un reportaje en la granja entrevistando al jefe del proyecto espacial, quien se presentó ataviado con una camisa, un casco militar y algo similar a una capa con los remates bordados y que parecía sacada del baúl de retales de la abuela.

Makuka Nkoloso salía rodeado de una docena de futuros astronautas –afronautas, según su propia terminología- que se preparaban para la misión con peculiares métodos de entrenamiento. Entre otros ejercicios, se les hace rodar ladera abajo dentro de unos barriles, columpiarse sentados en neumáticos como entrenamiento para la gravedad cero y se les obliga a andar a cuatro patas pues, según su líder, ese es el método de desplazamiento ideal en la superficie lunar. Pretendía llegar a la Luna mediante un revolucionario sistema por el que, afirmaba, suspiraban las grandes potencias debido a su audacia tecnológica. Lo cierto es que se basaba en el mismo principio que las catapultas medievales.

Afronauta en pleno simulacro.

El corresponsal de la BBC no intenta esconder su escepticismo. Al fondo de la imagen, se ve el cohete espacial. Un cilindro de cobre y aluminio, algo parecido a un tambor de lavadora de apenas tres metros de altura y bautizado como D-Kalu 1.

Quizás era solo un prototipo, porque claramente allí no cabían los miembros de la expedición. Se supone que debía transportar a Godfrey Mwango, de 21 años y candidato a ser el primer hombre en pisar la Luna, a la joven adolescente, a un misionero (para convertir marcianos, claro) y también dos gatos. El papel de los gatos en esta historia consistía en ser soltados al llegar a la superficie de Marte para comprobar si la atmósfera era respirable.

Parece un columpio, pero es un entrenamiento de simulación de gravedad cero.

El entrenamiento en la granja se complicó por momentos para convertirse en algo así como un campamento de verano. En agosto de 1965, los afronautas pensaron que su sacrificio por la patria debería estar remunerado, así que decidieron reclamar un salario. Un par de candidatos se fueron de juerga y no volvieron nunca. Otro abandonó el camino a la gloria para unirse a un conjunto folclórico de música y danza. El resto se daba a la bebida. Entre tanta confraternización y buen rollo, la jovencísima Martha quedó embarazada y sus padres decidieron plantarse allí y llevar a la chica de vuelta a a su pueblo natal.

Bueno, hasta aquí los datos que pueden ser verificados. Porque a partir de este momento hay diversas versiones sobre cómo acabó el proyecto espacial de Zambia. Y ojo, que algunas son aún más delirantes que lo ya narrado. No he podido corroborar ninguna, ni siquiera seguir el hilo de las débiles pistas que proponen pero, hecha la advertencia, no me resisto a contarlas.

Compitiendo en la carrera espacial sin complejos.

La primera y más obvia es que todo se redujo a una elaborada broma, un desdoblamiento irónico, un gran troleo a las superpotencias con el que ridiculizar sus planes de conquista espacial. Algo así como escenificar de modo burlesco que, en el fondo, los países más desarrollados estaban reproduciendo con la conquista del espacio el mismo comportamiento arrogante que tuvieron en la época colonial y, en ese contexto, así se explican también las referencias satíricas a la evangelización de Marte.

Otra versión dice que el estrambótico anuncio de Zambia habría sido en realidad una elaborada tapadera para desviar la atención y ocultar sus verdaderas intenciones: crear y probar un misil capaz de alcanzar naciones limítrofes, con lo que se reforzaría el papel geopolítico del joven país. El hijo de Makuka Nkoloso refuerza esta tesis afirmando que en aquella granja, en el valle de Chunga, sede de la Academia Nacional de Ciencias, Investigación Espacial y Filosofía de Zambia, se daba entrenamiento militar a futuros guerrilleros. Lo cierto es que a varios afronautas se les había relacionado en el pasado con acciones de propaganda e intentos de extender la lucha anticolonial a países vecinos aún bajo el control de las potencias occidentales, como Zimbabue o Botsuana.

Un remitido a la prensa de la época.

Pero un paso más allá, existe una tercera versión. Hay quien dice apoyarse en documentos desclasificados del KGB soviético según los cuales el programa espacial existió realmente. Habría estado a cargo de un científico, un ingeniero aeroespacial que trabajó en el proyecto Soyuz pero que intentó pasar al bando americano. Estados Unidos no le acogió como esperaba y terminó exiliado en África, ocultando su identidad bajo un nombre en clave: D-503. Mientras Makuka Nkoloso desviaba la atención con sus delirantes apariciones públicas, el ingeniero no solo llegó a construir el cohete, es que el artefacto se habría lanzado en la fecha prevista, aunque desde una localización más discreta que la anunciada.

Según esta tesis, rusos y americanos colaboraron en el seguimiento de los planes de Zambia infiltrando a un chivato en su programa espacial. Así es como se pusieron al corriente de todos los detalles de la operación y, alertados del lanzamiento, la CIA y el KGB decidieron derribar el cohete. Tres misiles lo habrían interceptado y destruido apenas diez minutos después del despegue y cuando había alcanzado los 35 kilómetros de altura. El ataque acabó con el sueño espacial de Makuka Nkoloso y con las vidas del piloto… y las de los dos gatos a bordo.