Dijo Bill Gates en una ocasión que muchos habitantes de la tierra no disponían de coche y sin embargo eso no supone la existencia de una brecha automovilística en el planeta. La boutade
se eleva la categoría de reflexión filosófica si se la compara con la cháchara de los responsables de acabar con las desigualdades tecnológicas. En el caso español, ni tirios ni troyanos han conseguido hacer despegar supuestos vectores de desarrollo tecnol&
oacute;gico tipo españa.es o el plan infoXXI.
Los dias de internet y similares (además de la publicidad y el reparto de premios entre amigos) nos recuerdan lo absurdo de muchos planteamientos que iban a acabar con la brecha digital: regalar caros portátiles a cargos públicos o anunciar la llegada de Internet a los colegios – retrasada sine die – y obviar la formación de lo profesores en el uso de las nuevas herramientas.
En las afueras de los alrederores de la periferia del borde exterior de nuestro ombligo, es decir, en el resto del globo y con tasas de penetración de la banda ancha inferiores al 1% incluso en países relativamente avanzados en tecnologías de la información no es que haya brecha, es que hay abismo. Más del 80% de la población mundial nunca ha navegado en Internet. Y más del 80% por ciento de los internautas vivimos en el llamado primer mundo. Es algo a lo que sólo tenemos acceso -previo pago- unos pocos.
Un acceso tutelado por el ICANN (Internet Corporation for Assigned Names and Numbers), organización radicada en California creada bajo los auspicios y encargo de la administración americana y, en la práctica, dependiente del departamento de comercio de los USA. Pese a los intentos de que se reparta el pastel puestos en marcha por países en desarrollo e incluso Francia y Alemania, Kofi Annan reculó públicamente hace unos meses diciendo que es "una noción equivocada, oída últimamente con frecuencia preocupante, el que las Naciones Unidas quiere asumir, vigilar o en todo caso controlar el Internet. Nada podría estar más lejos de la verdad."
Ante el fracaso de los planes en casa, un tercer mundo al que se quiere vender portátiles a cien dólares para ir generando clientes aunque no tengan conexión y la deriva del debate sobre la extensión de la tecnología hacia una pugna entre países por el control político de la red, nos quedan pocos proyectos dignos de atención. Quizás los más sobresalientes sean los que parten de "visionarios" como FON o de las administraciones más cercanas. Los ayuntamientos en muchos casos no tienen los millones que gasta Gallardón en redecorar su vida, pero empiezan a ser capaces, con mucho menos y por medio de la tecnología wireless, de crear autopistas de la información abiertas para todos. ¿O no comienza la sociedad del conocimiento por el acceso público y gratuito a la red?