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¡Agua va!

Algo de baraka si que tiene este gobierno, que se acuesta con restricciones de agua en Barcelona y se levanta con lluvias generalizadas en la pen

ínsula antes de que empiecen a funcionar las nuevas desaladoras. Pero, a pesar de que la pertinaz sequía da un respiro en estas fechas, tirios y troyanos han tenido tiempo de chapotear un poco en el charco de la semántica, con eso de los trasvases que no lo son, y de ahogar la realidad en el vaso medio lleno o medio vacío (según colores de los diferentes mandatarios autonómicos) de la política de patio vecinal.

¿Y cuando no llueva? Pues antes de darnos con los baldes en la cabeza como sugiere el goyesco chiste de Forges, estaría bien que se hiciera menos caso al consejero de turno y más a los estudiosos. Cierto que los hay para todos los gustos, pero suelen coincidir en que trasvases como los del Ebro son perjudiciales en términos ecológicos (para el Delta, para la plataforma continental, para la fauna…) y las previsiones de recuperación de hectómetros en el futuro bastante difusas.

También parece cierto que si el agua es un bien escaso, el consumo ha de ser responsable y no vale sólo con "castigar" en precio al que pudiera derrocharlo, porque a lo mejor también puede permitírselo.

A la hora de echar cuentas, y si nuestra prioridad es el consumo humano y el mantenimiento del caudal ecológico de las cuencas, hay que reflejar que los regantes, amén de la prerrogativa de vender sus "excedentes" de agua haciendo caja con algo que no es suyo, no siempre han seguido las directrices fijadas para la modernización de sus explotaciones y evitar con ello pérdidas innecesarias.

Con todas las precauciones que se quiera, tampoco estaría de más valorar si el agua que se usa en el regadío extensivo (70 por ciento de todo el caudal utilizado frente a menos del 10 por ciento para consumo humano) tiene una verdadera rentabilidad social y económica o es una carga intolerable para nuestros grifos y bolsillos.