Con ese slogan sadomaso se opuso el pueblo llano al ¡Viva la Pepa! de los liberales y recibió a "El Deseado" Fernando VII tras la expulsi&oacu
te;n de los franceses, inaugurándose una era oprobiosa, rancia, utramontana y siniestra.
Pero la magia del Bicentenario, con gran espacio en la prensa de Madrid ( sobre todo en TeleEspe) crea una visión distinta este año. Hablamos de una fiesta que sólo lo es en la comunidad madrileña y que ha sido exaltada en muchos momentos de falta de libertad política como oposición a los usos del exterior, pero que se convierte ahora en bandera de "nación y libertad". Y así reza el nombre de la Fundación creada al efecto – con patronato en exclusiva de consejeros regionales – y entre cuyos objetivos figura la difusión de estos términos.
La tesis es que el levantamiento en armas del 2 de mayo significa la afirmación de España como nación (con el mismo sentido que le dió a la palabra el nacionalismo del XIX) y el germen de una futura libertad (?) teñida de constitucionalismo y liberalismo a partes iguales. No sorprende esto en tiempos de revisionismo histórico a cargo de profesionales del pasado muy cercanos, por cierto, al patronato de esa fundación, pero el giro oficial en la interpretación de los sucesos de 1808 lleva a consecuencias curiosas, tanto si se comparte su análisis como si no.
Supongamos que no se comparte: No tendríamos nación, porque el levantamiento en Madrid fue minoritario (2.000 – 3.000 personas, según las fuentes), la Villa se rindió al poco y se rindió pleitesía al francés. Tampoco libertad, porque muchos alzados lo hicieron al son de las consignas del absolutismo (incluído el famoso bando mostoleño) y fue ese mismo pueblo el que renegó de la Constitución de 1812. Se dudaría incluso del nombre: no se lucha en una Guerra de la Independencia (término acuñado mucho después), si no en el contexto de un enfrentamiento de las dos superpotencias de la época, Francia e Inglaterra, que sostiene con su presencia la rebeldía en los enclaves del sur de la península. Es decir, se relega el valor objetivo de la primera constitución liberal haciéndola subsidiaria de unos hechos de inspiración bien distinta.
Pero supongamos que se comparten: La antigüedad y legitimidad de España como nación estaría fundada (o refundada) en un texto sin refrendar y abolido por la monarquía borbónica. La libertad futura que propone nacería por oposición y no como consecuencia de los valores revolucionarios franceses, negaría toda consideración a la España afrancesada y se sostendría en la burguesía liberal más que en el pueblo llano.
Pero lo más chocante es que daría carta de naturaleza a otros movimientos nacionalistas que, con la misma lógica, pueden aducir que eran preexistentes, que despertaron gracias a la llama revolucionaria francesa y que se enfrentaron al nacionalismo español cuando se plantea el problema sucesorio. Será curioso ver fundaciones similares a la de Aguirre, con el Rey presidiendo los actos, para celebrar los hitos del carlismo como germen del Estado autonómico…