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Niños jugando a la Bolsa

Lo malo es que algunos jóvenes barbilampiños y de tez sonrosada se hacen un Master y acaban creyéndose también que la Economia es una ciencia y, además, exacta. Crecen, se convierten en hombres barbilampiños y de tez sonrosada (ahora con corbatas naranjas y pelo uniformemente plateado) y se embarcan en el juego del Monopoly. Con dinero de mentira, mirando de reojo las cartas de otro y comprando la tarjeta que te libra de la cárcel crean burbujas, suben artificialmente precios o divisas y comercian con bienes de primera necesidad, energía, puestos de trabajo y pensiones como quien maneja a los Chicago Airgam Boys.  

En estos días, algunos han pasado de las fantasías infantiles de las compras a futuro y las hipotecas basura a los pueriles sollozos del falso liberal (con perdón de la redundancia) que pide consuelo a mamá Estado cuando cae en la casilla de la bancarrota. Y los gobiernos,  recuerda el ex presidente español Felipe González, corren en su ayuda sin demasiado método, aplicando recetas incluso contradictorias, como ilustra el caso de la disparidad en la política de tipos de interés en los EEUU y Europa.

Una lástima que los pupilos de Friedman no se apliquen el estrecho cinturón que antes recomendaran a muchos países del Sur y devuelvan a la economía real lo que le han robado en el juego de la economía financiera, como reclamaría un mercado no intervenido. Chile – y luego el resto de América Latina –  se olvidó de ellos y empezó a crecer en libertad. Las portadas de los diarios  ( Lehman Brothers, AIG y los que vendrán) nos muestran que otro mundo ya no es sólo posible: es absolutamente necesario.