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Mladic, cuando el bosque no deja ver los árboles

Twitter: @ebarcala
Ratko Mladic, el general serbobosnio acusado de genocidio por la muerte y desaparición de más de 8.000 personas en el ataque a Srebrenica en 1995, sigue despertando – según las encuestas –  la simpatía de más de la mitad de los serbios,  que se han manifestado en las calles de Belgrado contra su entrega al Tribunal Penal para la ex-Yugoslavia. Pero las razones que esgrimen los serbios para defender su orgullo tantas veces herido no pueden, en ningún caso, justificar las atrocidades presuntamente cometidas por el militar.
Más que un apoyo ciego (puesto que las convocatorias públicas en su defensa no han sido masivas), la negativa popular a entregar a Mladic a la corte de La Haya se basa en su desconfianza hacia Occidente y en el distinto trato que pudiera dar el tribunal a éste reo,  en comparación con el recibido por otros acusados de crímenes de guerra en los Balcanes.

Pueden aducirse razones para estos prejuicios, como las escasas penas impuestas tanto al gobierno holandés (cuyos cascos azules permitieron al entrada de los serbobosnios en el enclave y que se saldó con una dimisión del ejecutivo) como a Naser Oric, que pagó con apenas dos años de prisión las acusaciones de ordenar operaciones de «limpieza étnica», en el mismo lugar pero en el bando contrario.

Serbia desconfía de la neutralidad de una comunidad internacional que (salvo contadas excepciones) no movió un dedo por evitar el desgarro precipitado y ventajista de la Federación Yugoslava; que bendijo y protagonizó acciones armadas contra su población; que permitió la expansión de grupos terroristas empeñados en dibujar fronteras absolutamente artificiales a sangre y fuego y que culpabilizó de todos los males en la región a un bando,  mientras disculpaba o ignoraba las atrocidades cometidas por los otros contendientes.

Sin embargo, como parecen pensar también muchos serbios que no salieron a las calles en favor de Mladic, los errores de los demás no disculpan ni minimizan nunca las propias barbaridades. No hay justificación posible para la muerte de miles de personas por el simple hecho de su pertenencia a otra etnia o cultura; no es de recibo construir un relato apoyado en prejuicios de nacionalidad o credo (como se hace cuando se insiste en la confesión religiosa de la mayoría de los bosnios olvidando convenientemente hacer lo propio al referirse a croatas o serbios); no es ético ni defendible negar a la Justicia la posibilidad de esclarecer el papel de los presuntos responsables de delitos de genocidio cuando hay, como en caso de Mladic, tantos y tan evidentes indicios de culpa.