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Los gestos de Mockus

Antanas Mockus es peculiar. Eso no lo niega nadie y ni él mismo podría hacerlo tras protagonizar algunos de los episodios más sonados de la vida política colombiana en los últimos años, desde su boda en un circo hasta el lanzamiento de vasos de agua durante un debate público, pasando por hacer un «calvo» a los estudiantes al mas fiel estilo Aznar.

Mockus no sólo no reniega de ello, si no que ha hecho del gesto en público un hilo conductor de su política: manifiestos contra la violencia urbana, contra el derroche de recursos o contra el consumo de alcohol desmedido. Pero ha tenido la virtud de colocar en el centro del debate preocupaciones ciudadanas reales (inseguridad, alcoholismo, menudeo de droga, justicia, eficacia administrativa, derechos individuales…) más allá de la contienda puramente política y superando los demonios negros de una sociedad que, vista desde fuera, sólo parece ocupada en Chávez, FARC y las bases americanas.

El aliento sostenido de Mockus durante la campaña presidencial que ahora termina se ha basado en premisas que ha desarrollado de forma teórica y por escrito, como el uso de la concienciación ciudadana y el valor de la movilización de las bases como armas para transformar la realidad. Gestos son las primarias para decidir el candidato dentro de su formación. Gesto es hacer proselitismo con más confianza que dinero. Gesto es mantener una vida intelectual junto al desarrollo «profesional» de la política o trabajar como reportero y conferenciante ocasional para permitirse el lujo de competir en citas electorales.

Son esos gestos los que le dan popularidad para postularse y generan confianza en su honestidad. Es cierto que el personalismo pudiera derivar en caudillismo, que su tibieza al juzgar la política exterior de Uribe abre dudas sobre sus intenciones en éste campo y que sus bandazos a la hora de escoger aliados e incluso moldear formaciones políticas a su imagen y semejanza encienden señales de alerta. No menos cierto parece ser que la izquierda colombiana tan sólo le presta su voto ante la incapacidad de derrrotar la herencia del uribismo con sus propios medios y  bastante recelosa de las «payasadas» y la falta de compromiso ideológico del candidato «verde».

Y también parece evidente que muchas de las acusaciones que se vierten contra él (los peligros del «chavismo», la ausencia de un verdadero partido a la espalda, su amor por el espectáculo o la indefinición y vaguedad en ciertos asuntos espinosos) pueden ser aplicables a su más directo rival, el liberal Santos,  y no están exentas de miedo. Miedo a que Antanas Mockus sea el heraldo de un nuevo modo de hacer política. Una fórmula que comporta riesgos pero que anunciaría el destierro del decimonónico, caciquil, clasista y falso bipartidismo al que están acostumbradas las elitistas familias dirigentes.