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La pasión turca

Mientras los militares turcos ponían sus botas sobre la mesa (otra vez), Erdogan y Zapatero han escenificado un nuevo encuentro de la Alianza de Civilizaciones, con la alegría añadida de que Obama da su visto bueno a la cosa y, a lo mejor, hasta se suma a la idea.  La cita (en la que el flujo de capital español a Turquía es uno de los temas obligados) se saldaba con la apuesta de España para favorecer una rápida integración de Turquía en la UE. Pero la presidencia española no está muy acompañada en esta tarea. Francia y Alemania ( es decir, la Europa que manda) son reticentes a la ampliación por el Bósforo.
Está muy bien eso de que Turquía sea un mercado en crecimiento, que podría hacer de puente con el mundo islámico y todo lo demás. Pero sus credenciales europeas (por no hablar de la herida abierta en Chipre) no van mucho más allá del interés comercial y de varios siglos de pugna entre Occidente y el Turco, salvo que admitamos como argumento eso de que con el roce nace el cariño.
Estados Unidos, Canadá, Israel, Rusia, Bolivia y hasta Filipinas tendrían el mismo curriculum si fijamos las fronteras de Europa con la cartografía de la memoria o la brújula del acervo común. Nadie discute la necesidad de lograr acuerdos privilegiados con nuestros vecinos, ni las bondades de acoger en un concilio común a la mayor cantidad de hombres y mujeres, por encima de fronteras, cultos y culturas. Pero para eso ya está la ONU, creo.