Un spoiler para empezar: esta es la historia de cómo el sueño de convertir Escocia en una potencia colonial desembocó en la pérdida de su independencia.
A finales del siglo XVII Escocia estaba unida dinásticamente a la corona inglesa, aunque con cierta autonomía y hasta su propio Parlamento. Pero no era un lugar próspero.
Su economía era débil, estaba fuera de los circuitos comerciales europeos y, para colmo, encadenó varios años de hambruna por las malas cosechas. El caldo de cultivo idóneo para dejarse embelesar por cualquiera que prometiera negocios rápidos y rentables.

Y aquí aparece William Paterson, un escocés expatriado desde muy jovencito en el Caribe. Hizo fortuna en las Américas y ese dinero le dio acceso a las élites europeas, hasta el punto de impulsar y formar parte de la dirección del Banco de Inglaterra. Señalado por un escándalo financiero, retornó a su Escocia natal. Pero con un nuevo plan en mente.
Impresionado por el tráfico comercial que otras naciones gestionaban en el Nuevo Mundo, convenció a sus compatriotas de la necesidad de hacerse con una parte del pastel, promoviendo el nacimiento de la Compañía de Escocia de Comercio con África y las Indias, a imagen y semejanza de las empresas similares fundadas por holandeses e ingleses.

Tras algunas operaciones iniciales con escaso éxito, Patterson propuso establecer una colonia permanente en América Central, un punto donde -además de poder participar del contrabando de oro y plata por la región-, se conectara el flujo de mercancías que llegaba de Asia por el Pacífico con el procedente de Europa por la costa atlántica. Algo así como el actual Canal de Panamá, pero por vía terrestre.
El negocio prometía ser redondo, así que prácticamente todo escocés con unos ahorrillos en el bolso de su kilt participó en la suscripción pública abierta para financiar el proyecto.
En apenas unas semanas, se reunieron 400.000 libras, entre un tercio y la mitad de toda la riqueza circulante en Escocia. El dinero se guardó en un cofre muy especial, una caja fuerte con una gruesa tapa de hierro cuya apertura estaba protegida por un complejo juego de quince pernos de resorte. 👇🏽

El 14 de julio de 1698 cinco barcos con 1200 personas a bordo entre marineros y colonos partieron desde Escocia rumbo a América. Asesorado por antiguos piratas (!), el destino elegido por Patterson fue una bahía en la actual región panameña de Darién, que a lo mejor te suena por su fama de ser una selva impenetrable donde aún hoy resulta imposible alcanzar por carretera la frontera colombiana.
Al principio no les fue demasiado mal. Llamaron a la zona Nueva Caledonia, fundaron la aldea de Nueva Edimburgo y la pusieron al abrigo de un fuerte. Negociaron a un acuerdo de no agresión con la población indígena y hasta enviaron mensajes a casa alabando el clima y la fertilidad del suelo.
“En cuanto a las producciones, este país no parece ceder a ninguno del mundo, no hay ningún pedazo de tierras que no pueda ser cultivado; hasta encima de las colinas hay capa de tierra vegetal de tres o cuatro pies de profundidad».
Pero la alegría duró poco. Primero llegaron las lluvias, luego los mosquitos y, por último, las enfermedades tropicales y un goteo continuo de muertes. No tenían gran cosa con lo que comerciar (lana, biblias, pelucas…) y tampoco oportunidad para ello, pues los ingleses (y los franceses; y los holandeses) veían con recelo la aventura expansionista escocesa y no querían soliviantar a la corona española, señora de aquellos territorios. Así que boicotearon cualquier posible intento de establecer contacto con los colonos y prohibieron a sus súbditos hacer negocios con ellos.

Tras algunas escaramuzas con los españoles, amén de rotundos fracasos en la búsqueda de suministros y verse sometidos a una dieta contra la hambruna basada en la carne de tortuga, los supervivientes decidieron abandonar el enclave y pusieron rumbo a Nueva York.
Antes de que la noticia de su salida llegara a Escocia, una segunda expedición se puso en marcha hacia Darién, para encontrarse al llegar con una colonia desierta, abandonada y en la ruina. En vista del panorama, decidieron que tampoco era cosa de sufrir por sufrir, cambiaron de planes y buscaron un futuro más prometedor en la cercana Jamaica.
Pero hubo una tercera expedición que se empeñó en probar fortuna. En esta última intentona los españoles estaban sobre aviso y cercaron a los cabezotas colonos por tierra y por mar. La resistencia armada no duró mucho y finalmente se rindieron y aceptaron firmar las capitulaciones.
Por cierto, redactadas en latín, la única lengua en la que pudieron entenderse las partes. Los últimos escoceses de Darién fueron expulsados por las tropas españolas en abril del año 1700.
William Paterson fue uno de los pocos supervivientes de aquella desastrosa campaña. Cuando volvió a casa se encontró con un país arruinado por la aventura colonial. Inglaterra se ofreció a saldar la colosal deuda que dejó aquel proyecto truncado, nada menos que 398.000 libras. Eso sí, a cambio de la renuncia a la independencia de sus díscolos vecinos del norte y una fuerte subida de impuestos.
La Act of Union, firmada en 1707, disolvía el Parlamento de Escocia y sancionaba la integración política de los dos países hasta hoy, si no lo remedia en el futuro otro referéndum.
