Europa ha visto, con sorpresa, como de los restos de la vieja superpotencia ha emergido un importante polo de poder. La Unión (arrastrada por la eufórica Alemania) decidió ocupar sin miramientos el vacío que dejaba el derrumbe soviético, anexionándose en la práctica medio continente, removiendo el avispero balcánico, retrasando las fronteras del Telón de Acero a Moldavia, Bielorusia y Ucrania e ignorando despectivamente las quejas de Moscú, que siempre ha considerado una agresión la entrada en tromba en sus antiguos dominios y el aislamiento al que ha sido sometido desde entonces, con el agravante de la presencia norteamericana en el escenario, vía OTAN.
De espaldas y recelosa, lo cierto es que Rusia es nuestro tercer mercado (por detrás de EEUU y China) y clave en el transporte de gas y petróleo (fundamental fuente de divisas para Moscú, que nos abastece del 40 por ciento del gas y el 25 por ciento del petróleo que consumimos). Ha mostrado enorme interés por entrar en empresas europeas de energía, de investigación o en los mercados financieros o de capitales y es un potencia a tener en cuenta en esa partida que se desarrolla en Asia y en la que se va definiendo un eje China, Rusia, ex-repúblicas soviéticas, India, Irán y, quizás, algún país africano en busca nuevas formas de presencia en el mundo, frente al control americano del Próximo y Medio Oriente, con un Japón como contrapeso oriental de menor valor cada día.
No parece descabellado a la vista de lo que está en juego reinsertar de alguna forma a Moscú en Occidente. Y para lograrlo, la actual política de aranceles, de visados o la indiferencia ante las minorías rusas en países europeos son vistas por Rusia como un escollo y como pruebas palpables de nuestro rechazo. Es cierto que Putin, con sus más que cuestionables métodos, se lo ha ganado a pulso; como cierto es también que el avance de la democracia y el respeto a los derechos humanos no han de ser obviados ni olvidados en las relaciones con nuestro enorme vecino. Pero la vuelta de Rusia a Europa parece un alternativa más apetecible para ambos que la indiferencia mutua.