Hay un color que solo han visto cinco personas en el mundo. Las cinco que han sido sometidas a un experimento donde mediante una luz láser se estimula uno de los tres tipos de conos o células fotorreceptoras de la retina, evitando que se activen las que responden a las longitudes de onda que nos permiten ver el azul y el rojo.
Dicen los participantes que vieron un tono azul verdoso muy saturado al que han llamado olo, supongo que en un juego de palabras donde a “color” se le restan la c de cian y la r de rojo. Un tono que, hasta ahora, ni existía ni tenía nombre para el ser humano y que nos recuerda que el mundo no es como parece.
Recibimos estímulos a través de los sentidos: un determinado rango de frecuencias de audio, un limitado espectro de colores, aquellas moléculas que el gusto o el olfato son capaces de distinguir y procesar. Así que escuchamos, vemos, olemos y saboreamos un entorno distinto al que perciben otros animales.
Diferente, incluso, al de otros seres humanos, como nos recuerdan los memes de internet, porque hay quienes ven un vestido blanco y oro mientras para otros es azul y negro. Y llamamos realidad a esa vaga y particular impresión.

Hay teorías que afirman que solo es preciso ponerle nombre a un color cuando somos capaces de teñir algo de ese tono, cuando es posible separar el adjetivo del objeto. Si no, nos apañamos a base de referencias externas, como cuando hablamos del color naranja, el lila, el violeta, el aceituna o el salmón.
Resulta que, a diferencia de la clorofila o el caroteno (que absorben y reflejan determinadas longitudes de onda tiñendo de verde o rojo la naturaleza), no hay pigmentos azules naturales. Y los escasos frutos, pájaros o insectos que muestran tonos de azul lo consiguen a base de mezclar los anteriores, combinar moléculas o modificar parámetros como la acidez. Es raro de ver y raro de reproducir, así que en todos los puntos del planeta hay palabras para el blanco, el negro o el rojo, pero no siempre para el azul.
Salvo excepciones (como el Perú de hace 6.000 años, donde ya se conocía el índigo, o el Egipto de los faraones, que fabricaba el carísimo tinte irtyu a base de sílice, calcio, cobre y un carbonato de sodio llamado sal divina), la mayoría de las culturas antiguas carecían de un pigmento azul con el que teñir telas u otros enseres. Cuando veían en la naturaleza esos tonos poco habituales, los asociaban a una gama de color cercana y más común,en lugar de dar al conjunto un nombre propio y diferenciado.
Por eso para los antiguos griegos el azul no existe.

El primero en darse cuenta de la ausencia de una palabra para designar el color azul en textos como la Ilíada o la Odisea fue el político y cuatro veces Primer Ministro inglés William Gladstone. En esos escritos hay auroras de rosados dedos, hay oscuro vino y hay mandíbulas rojas de sangre. Pero no hay azul, aunque alguna traducción al castellano utilice la expresión azuloscura.
Y no porque Homero fuera ciego, según cuenta la tradición, o porque todos sus compatriotas sufrieran alguna discapacidad visual. Es que no lo necesitaban para manejarse por la vida.
Aún quedan culturas y un alto porcentaje de humanos de sexo masculino 😝 que no distinguen distinguimos con mucho tino entre verdes, azules y grises.
Sin embargo, en la actualidad, el azul es el color favorito en la mayoría en las encuestas, y destaca como elección dominante en ropas, logotipos o banderas. Eso sí, tendríamos que preguntarnos a qué azul se refieren los encuestados, porque quizás no todos estemos de acuerdo en llamar azul a según qué tono. Hay una curiosa web que mediante un test permite jugar a descubrir esas diferencias de percepción.

En cualquier caso, y como dice el grandérrimo Michel Pastoureau, si alguien de la antigua Roma nos visitara hoy le extrañaría ver tanto azul por todas partes, porque durante siglos ha sido caro de producir y por tanto resultaba muy escaso en la vida cotidiana.
Su uso solo se extendió cuando, para la elaboración de tintes como el azul ultramar, pudo sustituirse el lapislázuli o la azurita, solo al alcance de las clases altas, por alternativas más económicas, como el índigo o el primer pigmento sintético: el azul de Prusia, descubierto accidentalmente en Berlín por el químico Heinrich Diesbach en 1704 cuando intentaba fabricar un colorante…rojo. 🤣

