Carta excéntrica

El astrónomo y la fotógrafa

Hipatia, Da Vinci, Newton… Esas mentes privilegiadas capaces de destacar a la vez en distintos campos son más escasas en nuestro tiempo porque las ciencias adelantan que es una barbaridad y la especialización es casi obligada para destacar en un área en concreto, así que hoy resulta casi imposible ser polímata.

Podría decirse que los últimos vivieron a caballo de los siglos XIX y XX, cuando aún bastaba con un modesto laboratorio para poder estar a la última en ciencia o tecnología. Todavía entonces Jefferson o Ramón y Cajal (como se contó por aquí) asombraron al mundo con su maestría es varios menesteres.

Otro multitarea que tal baila fue John Herschel: matemático, químico, físico, escritor, astrónomo y miembro de todas las sociedades científicas que puedas imaginar.

Herschel a los 75 años daba un poco de miedito. Foto: J. M. Cameron.

Era una estrella de la Ciencia. Todo el mundo bebía sus palabras. Desde Charles Babbage, a quien inspiró para construir la máquina de cálculo, hasta Charles Darwin, fascinado por sus intuiciones sobre el origen de las especies.

Hoy habría podido ganarse la vida como tertuliano en la tele, porque la opinión de este todólogo se requería para las materias más dispares, hasta el extremo de que llegó a agobiarse con tanto compromiso y tanta fama. Así que decidió poner tierra de por medio y abandonó durante unos años la Gran Bretaña.

En 1834 se marchó a Sudáfrica, con la idea de avanzar sin interrupciones en sus estudios de astronomía. Y no le fue nada mal. A él debemos los nombres de los siete satélites conocidos de Saturno en ese momento (Mimas, Encélado, Tetis, Dione, Rea, Titán y Jápeto) y los de varias lunas de Urano (Ariel, Umbriel, Titania y Oberón).

Gozaba de tal prestigio como sabio que, al año siguiente, el periódico norteamericano The Sun decidió utilizar fraudulentamente su nombre para revestir de autoridad científica una serie de esperpénticos reportajes en los que se decía que el telescopio de Herschel había descubierto vida en la Luna.

Pero no una fauna de andar por casa, modesta y convencional, qué va, qué va: hombres murciélago, anfibios rodantes, manadas de búfalos enanos y hasta algo así como unos unicornios azules prosperaban en el satélite, al menos según los artículos firmados por un supuesto colaborador del científico y que puedes leer al completo en este enlace en inglés.

¨Era de un color azul plomizo, del tamaño de una cabra, con cabeza y barba como la suya y un solo cuerno, ligeramente inclinado hacia adelante con respecto a la perpendicular. La hembra carecía de cuernos y barba, pero tenía una cola mucho más larga. Era gregario y abundaba principalmente en los claros de los bosques. En elegancia rivalizaba con el antílope y, como él, se mostraba criatura ágil y vivaz, corría a gran velocidad y saltaba en el verde césped con las mismas cabriolas de un corderito o un gatito”.

El periódico siguió con el asunto durante varios días, la competencia se sumó al carro al publicar sus propias fantasías lunares y la historia traspasó fronteras para replicarse en otros países, como Italia, donde se llegaron a vender ilustraciones a todo color de los “descubrimientos”.

“Otros descubrimientos realizados en la luna por el Sr. Herschel”. Leopoldo Galluzzo, Nápoles, 1836.

Tras algunos años de estudio en África, regresó a Inglaterra para, quizás aburrido de poner nombre a medio Sistema Solar, interesarse por otros asuntos.

(Pista: la palabra fotografía o los conceptos de negativo y positivado también son de su invención).

En 1842 descubrió que la mezcla de sales de hierro y cianuro producía un compuesto fotosensible capaz de fijar imágenes en un papel. Llamó cianotipo a su nueva técnica de reproducción que tantas veces hemos visto luego en dibujos técnicos o de ingeniería; esos planos a base de líneas blancas sobre un intenso fondo azul de Prusia.

Mayfair Theatre, South Dunedin, 1914.

Los blueprints o cianotipos son fruto de los experimentos del inquieto Herschel mezclando productos químicos con entusiasmo. Pero quien perfeccionó el proceso y le sacó un partido inesperado al invento fue una mujer: Anna Atkins.

Hija de un renombrado científico y amiga de Herschel, se interesó por las posibilidades de la nueva técnica ya que solventaba el mayor de sus problemas como botánica: conseguir reproducciones en papel de los cientos de ejemplares que recogía, estudiaba y catalogaba y que además las copias fueran mucho más fieles y precisas que sus dibujos a mano alzada.

Para obtener esas imágenes, colocaba algas, helechos y otras plantas sobre cristales impregnados con las sales de hierro y luego los exponía al sol durante unos minutos. Las zonas vacías recibían luz directa hasta que se oxidaban y adquirían el característico azul intenso de los blueprints. En la parte cubierta por las plantas no había reacción química, así que al ser retiradas dejaban áreas en blanco o de tonos azules más pálidos.

Atkins se entusiasmó con las posibilidades de este tipo de copias, de gran belleza y enorme detalle. Al año siguiente, se convirtió en la primera persona en un editar un libro compuesto exclusivamente por fotografías, con el título British Algae: Cyanotype Impressions.

Y así, tras el largo rodeo, por fin llegamos al objetivo: disfrutar de sus imágenes.