
La pintura de Hilma af Klint protagoniza una gran exposición en el Guggenheim de Bilbao y, claro, se han juntado el hambre con las ganas de comer.
Primero, porque Hilda era excéntrica, mazo excéntrica, así que aquí está como en casa. Pero además resulta que, como en las Vidas paralelas de Plutarco, la biografía de Klint y la de nuestra vieja conocida la fotógrafa Vivían Maier, protagonista de un envío reciente, riman hasta extremos asombrosos.
Total, que la tentación de dedicarle una Carta era irresistible.
Maier, como recordarás, tuvo una infancia traumática, no encajaba en el estereotipo femenino de su tiempo, vivió en soledad, la consideraban rarita y falleció a consecuencia de un accidente de tráfico. Guardó en trasteros alquilados una ingente obra secreta que estuvo a punto de desaparecer, sin ser descubierta como creadora ni reconocida hasta después de su muerte. Y con división de opiniones.
Bueno, pues agárrate.
Klint, nacida en 1862 en una familia bien de Suecia, nunca superó el trauma por la muerte de su hermana Hermina, de apenas diez años, a consecuencia una gripe. Muchos la veían como una extraña mujer, también soltera y sin hijos, que decía comunicarse con los espíritus y que pintaba de forma obsesiva cientos de cuadros que (casi) nunca exhibió en público.

Antes de morir en 1944, a causa de un accidente al bajar del tranvía, pidió que su obra se mantuviera oculta hasta al menos dos décadas después. Hoy se la considera precursora de la pintura abstracta, perp también con división de opiniones.
¿Cómo te quedas?
A la muerte de su hermana, Klint se interesó por el espiritismo y otras corrientes esotéricas de la época. Tuvo contacto con los gnósticos rosacruces, Rudolf Steiner y su escuela antroposófica y fue seguidora de la teosofía de Helena Blavatsky. Junto a otras compañeras, creo el llamado grupo de Las Cinco, que se reunía los viernes en sesiones de espiritismo para practicar la escritura y la pintura automáticas.

Supuestamente, servían de medio para la expresión de los Altos Maestros, espíritus convocados en esas citas y que respondían a los nombres de Amaliel, Ananda, Clemens, Esther, Georg y Gregor.
Amaliel cogió confianza y les encargó en noviembre de 1906 la construcción de un templo y que pintaran cuadros de gran formato para adornarlo. La mayoría acordó que una cosa era servir de medium y otra muy distinta meterse en obras y esas movidas. Así que solo Hilma aceptó el desafío y, durante años, se dedicó a crear casi 200 cuadros con ese fin:
“Las imágenes fueron pintadas directamente a través de mí, sin dibujos preliminares, y con gran fuerza. No tenía idea de lo que se suponía que representaban las pinturas; sin embargo, trabajé con rapidez y seguridad, sin cambiar ni una sola pincelada”.
Steiner pudo ver parte del trabajo, pero no le hizo gracia la idea de que respondiera al dictado de un espíritu y convenció a Hilma para que no lo mostrara en público. En su opinión, el mundo aún no estaba preparado para aceptarlo. En fin…
Ella amagó con destruirlo todo y, tras su muerte, los cuadros quedaron almacenados en la casa de alquiler donde residía. El dueño del inmueble amenazó con quemarlos, pero un sobrino de Klint acudió al rescate y allí encontró un millar de obras e innumerables cuadernos donde Hilma registraba en detalle sus ideas, progresos y apuntes teóricos.

Por respeto a su última voluntad, no vieron la luz hasta muchos años después. Y, para sorpresa de todos, se trataba de una colección de pinturas fuera de su tiempo, formalmente ajena a las corrientes dominantes del momento. En cuanto al contenido, parecían estar preñadas de sentido, pero solo los iniciados en el muy personal lenguaje simbólico de Hilma eran capaces de desentrañarlo.
Son composiciones fechadas en la primera década del siglo XX que reflejan la dualidad del mundo y la aspiración de superarla, tal y como enseñaban las escuelas filosóficas que frecuentó Hilma.
Grandes cuadros donde priman las masas de colores junto a lo que se suponen flores, animales o letras, con significados muy concretos y que dialogan entre sí: lilas azules y femeninas, amarillos que aluden a la masculinidad, el rojo del amor físico, la espiral que simboliza la evolución, una especie de arco (como una U) en referencia al mundo espiritual…
Y un punto en común en todos ellos: la huída de lo figurativo.
¿Es la hasta entonces desconocida Klint precursora del arte abstracto? Bueno, en realidad sería el espíritu Amaliel el autor de las obras 😉 y, si nadie las conoció en su momento, no han podido influir a terceros ni ser parte de la evolución del arte. Pero lo cierto es que su pintura se adapta como un guante a la definición que nos da Wikipedia:
El arte abstracto es una forma de expresión de sentimientos artísticos que prescinde de toda figuración, y propone una nueva realidad distinta a la natural. Usa un lenguaje visual de forma, color y líneas para crear una composición que puede existir con independencia de referencias visuales del mundo real.
Hay quien señala que la abstracción es un proceso que parte de Las señoritas de Avignon de Picasso hasta el trabajo pictórico (y teórico) de los Mondrian, Malévich o Kandinsky. Un camino que Hilda no recorre en su evolución y que responde a una búsqueda espiritual, ajena a la reflexión sobre el arte moderno.

Pero, si nos ponemos así, la vanguardia abstracta (singularmente Kandinsky) también tuvo lazos con el esoterismo, muy de moda en la época. Y Klint, que contaba con una sólida formación académica, refleja en sus diarios el interés por la ciencia del color (en especial las ideas de Goethe al respecto) y medita en ellos sobre el sentido profundo del arte y cómo encarar los aspectos formales de su trabajo.
La defensa de Hilma como pionera añade que tanto el hecho de ser mujer en un mundo de hombres como el que su obra esté en manos de los herederos (es decir, no se puede especular con ella) explican los intentos de menospreciar su aportación al arte abstracto, evitando comparaciones con el valor de mercado de sus contemporáneos. ¿Tú que opinas?
