No deja de ser curioso que, en un mundo dominado por la abundancia de información, la altura exacta de un presidente sea casi un secreto de Estado. Dependiendo de las fuentes, el presidente francés, Nicolás Sarkozy, mide entre 1,65 y 1,70. Representar la «grandeur» de Francia con metro setenta se le hace duro al mandatario y regularmente nos obsequia con triquiñuelas para compensar el déficit público galo de centímetros. La última, es su petición de «guardaespaldas bajitos«, pero ya antes nos regaló con calzas, taburetes o castings de hobbits para sus actos protocolarios.
La obsesión de Sarko por parecer tan alto como la Bruni o Barack Omaba daría para un tratado sobre antropología sociológica o psicología del poder, despreciando repetidamente los peligros de que sus añagazas le deparen chascarrillos y burlas. La última, la campaña de una agencia de coches de alquiler que aconseja a sus clientes que elijan como Carla: «pequeños y franceses«.
A los que, aún sin calzas, no superamos por mucho a Nicolás en altura, nos da un poco de vergüenza ajena tanta pamplina, pero hay también quien recuerda la importancia del porte físico en las relaciones con el entorno. La estatura es para nuestro cerebro de primate con ínfulas un indicador de posición social, de status en el clan y de atractivo sexual. Así que el francés tiene sólidos motivos para justificar su obsesión, peligrosa a juzgar por otros «pequeños notables» como Franco, Stalin o Napoleón.
Si le sirve de ayuda, alguien debería proponerle un ejercicio: echar un vistazo a sus colegas. Podría comprobar que la Merkel no es precisamente la Nancy Archer de «El ataque de la mujer de 50 pies», que ni Berlusconi ni Putin pueden mirarle por encima del hombro y que Zapatero sufre el incomprensible síndrome contrario, lo que le lleva a caminar mas bien encogido, en posición hombrospadentro. Y si los argumentos ad hominem no le convencen, sólo tiene que repasar la historia de las decisiones de nuestros dirigentes para darse cuenta de que, en el fondo, todos tienen más o menos la misma «altura de miras».