Como si de un relato de Borges se tratara, Internet ha hecho realidad el sueño de un archivo universal. Algunos contenidos quizás guarden respuestas útiles para el futuro; otros no serán más que meros cotilleos sin valor. Pero, irrelevantes o imprescindibles, la incesante y metódica labor de los motores de búsqueda (como Google) hace que todos y cada uno de esos fragmentos de información sean replicados y almacenados en interminables cadenas de unos y ceros para su custodia en la memoria digital común.
Hay ciudadanos y tribunales, como Mario Costeja y el Tribunal Superior de Justicia Europeo, que recelan de la legalidad de esa memoria paquidérmica y han conminando a los buscadores a eliminar aquellos datos que, a su juicio, son irrelevantes o han quedado superados por el tiempo: el llamado “derecho al olvido”.
Derecho sin garantías
Costeja ha obtenido respaldo judicial para que la digitalización de un viejo anuncio de una subasta por embargo publicado en 1998 por el diario La Vanguardia deje de ser accesible a través de la búsqueda en Google. La sentencia obliga a eliminar, de entre las referencias obtenidas al efectuar una consulta sobre un nombre, aquellos enlaces de terceros que contengan información relativa a esa persona, siempre que el afectado lo solicite y cause un grave daño a su reputación.
En la práctica, sin embargo, ese derecho al olvido no queda garantizado. La decisión del Tribunal y su repercusión mediática han provocado que los espejos de la biblioteca digital multipliquen las referencias a este caso y al documento en cuestión. Por no hablar de los posibles riesgos contra la libertad de expresión (y contra el conocimiento común atesorado hasta hoy) que pueden derivarse de demandas similares por parte de instituciones, empresas u otros particulares. Censura contra información; Historia frente a revisionismo.
Este caso habla, además, de la relevancia que cobra lo digital frente a otros soportes. Porque no parece desprenderse de la sentencia que haya de aplicarse la misma regla a, por ejemplo, los viejos ejemplares en papel que se guarden en cualquier hemeroteca.
Intimidad al mejor postor
Desde otra óptica, pero también alertando sobre los peligros que acechan a nuestra privacidad, ciudadanos como el holandés Shawn Buckles han puesto en marcha sus particulares denuncias frente a la recolección automática de información y el tráfico de datos personales de millones de usuarios de distintos servicios en la red.
El método elegido por Buckles para llamar la atención sobre esta práctica fue poner en marcha una subasta virtual que concluyó el pasado 14 de abril. Lo que ofrecía al mejor postor era su huella digital: datos de geolocalización, historial de navegación, correos electrónicos, perfiles y actividad en las redes sociales y hasta sus preferencias como consumidor.
¿Cuánto vale nuestra intimidad? En su caso, la puja llegó a 350 dólares. Fueron abonados por la revista The Next Web, atraída por lo singular de una acción de protesta encabezada por el lema “Nuestra libertad está en juego”.