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El debate nuclear

Las declaraciones del ex presidente Felipe González pidiendo unidad en la política energética europea y aludiendo a la necesidad de replantear el debate nuclear en la búsquedas de alternativas a los combustibles fósiles muestra que la posición oficial del PSOE ante el parón nuclear no cuenta con el beneplácito de todos sus militantes. El capote que extiende González coincide en el tiempo con el encuentro Sarkozy – Berlusconi. Además de las bromas del histrión transalpino sobre Carla Bruni, la cumbre sirvió para elaborar un compromiso de trabajo conjunto en las construcción de nuevas centrales nucleares. Casi al tiempo, los países nórdicos viran en su oposición a este tipo de generación de energía y en el Báltico y el Este se anuncian también las centrales como respuesta a la dependencia energética de Rusia.

 

Parece evidente que una opinión pública preocupada por las consecuencias del cambio climático y la profunda crisis económica que atraviesa el mundo han abonado el terreno para que lo nuclear resurja. La ausencia de grandes  catástrofes asociadas a esta energía en los últimos años (Harrisburg y Chernobyl se antojan hechos de otros tiempos aunque sus consecuencias sigan presentes en la vida de miles de personas) permiten a expertos y no tan expertos vender en la plaza pública centrales «pequeñas, limpias y más seguras» , según la homilía nocturna contra el «ecologismo izquierdista» que Hermann Tertsch voceaba en Telemadrid hace unas jornadas. 

 

El contrainforme
Pero, frente al argumento de la necesidad, la campaña nuclear juega sucio al minimizar riesgos y valorar el peso de esa alternativa en el mercado energético global. Greenpeace aporta una visión distinta, según la cual las razones esgrimidas obvian los peligros y perjuicios que comporta la apuesta nuclear: sigue siendo peligrosa, genera residuos, crea menos puestos de trabajo que cualquier otra, surte de menos de un 7% por ciento de la energía mundial  y se alimenta de subsidios estatales. 
Además,  esta excluida de los presupuestos financieros de Kyoto, contamina en los procesos previos a la generación, no elimina la posibilidad de conflictos energéticos (ya que puede ser objetivo terrorista y excusa para intervenciones militares). Mantiene la dependencia energética de los países menos desarrollados técnicamente o de otros como España (todo el uranio es importado) y se nutre de reservas de material de fisión que también son limitadas, entre otras razones.
 
 
La dependencia
Los ecologistas han encargado un estudio a la Universidad Pontifica de Comillas según el cual las energías alternativas son capaces de generar el 100 por cien de la energía  que España demanda. También desmiente con datos de la Red Eléctrica Española la supuesta dependencia de la energía nuclear francesa. Sólo el 2 por ciento de la demanda se cubre con la importación y, en términos globales, España fue exportadora neta de energía en 2007.  

 

El renacimiento nuclear parece abrir más interrogantes de los que responde. Cerrando en falso el incremento de las inversiones en energías alternativas ofrece beneficios sin fin. Sabemos quiénes sufrirían las consecuencias de una catástrofe en una central. Lo que no queda tan claro es la identidad de los receptores últimos de sus supuestos beneficios.