Un país no tiene tradiciones hasta que alguien las inventa. Y que el Presidente de los USA adopte y muestre en sociedad a una mascota no sólo es ya tradición, si no incluso objeto de coleccionismo en un museo dedicado a la cosa (está en pleno traslado y ampliación).
Obama parece decantarse por un perro de aguas portugues, hipolaergénico y aún sin nombre. Pero sus antecesores han tenido de todo, no sólo perros y gatos. En tiempos de Kennedy, la Casa Blanca parecía un zoológico con caballos, hamsters, conejos, canarios y el pony Macaronni, que recibia cientos de cartas de sus fans.
El lado salvaje de la vida ha estado representado por los caimanes de Hoover, los tigres de Van Burren o la coleccion zoológica-cinegética de T. Roosevelt. Otros prefería llevar la paz de la granja a casa: ovejas, cabras y hasta una vaca, Pauline, que surtía de leche fresca (y abono) al presidente Taft.