Carta excéntrica

La historia de amor que alumbró un Drácula en castellano

Paul Kohner, uno de los jefes de departamento de la Universal Pictures en los años 30, estaba perdidamente enamorado de la actriz mexicana Lupita Tovar.

Ella recaló en Hollywood por el empeño de un director de documentales que la animó a dejar su país en 1929, con la idea de convertirla en una estrella de la pantalla. Algo así como una nueva Dolores del Río.

Lupita Tovar.

Pero sus ambiciones no se veían satisfechas. Tras algún papelito en producciones menores, Lupita dejó caer a Paul que estaba a punto de abandonar esa carrera americana apenas comenzada para volver a casa.

Kohner, desesperado ante la posibilidad de perderla, pasó la noche en vela pensando en algún modo de retenerla a su lado. Hasta que se le ocurrió un plan brillante.

Al día siguiente, se reunió con un alto ejecutivo de Universal y le propuso rodar versiones en español y de bajo coste de las películas que la productora tenía en marcha por entonces. Le convenció de que con esa fórmula se podrían conquistar nuevos mercados -lo del doblaje no estaba tan extendido como ahora- y, de paso, amortizar los decorados y otros costes.

Así es como Lupita entró en el casting de The Cat Creeps y, posteriormente, en el de Drácula.

Pero no en la archiconocida peli de Tod Browning con Bela Lugosi en el papel del conde vampiro. Lupita fue la heroína de la versión en castellano, dirigida por una vieja gloria del cine mudo que no hablaba ni papa de español, Georges Melford, y con el cordobés Carlos Villarías como Drácula.

Carlos Villarías y Lupita Tovar en la versión de Melford.
Bela Lugosi y Helen Chandler en la versión de Browning.

La versión en inglés costó 340.000 dólares y se filmó en 36 días. La versión en español, se hizo con apenas 65.000. Como recuerda Lupita Tovar, solo podían rodar cuando los norteamericanos, el equipo A, dejaban libres los sets:

“Filmábamos por la noche, mientras que el elenco de habla inglesa rodaba durante el día. La versión estadounidense había comenzado dos semanas antes, por lo que pudimos usar los sets que ya habían terminado. 

Solo Carlos Villarías, quien interpretaba al Conde Drácula, tenía permitido ver los rodajes diarios”. 

La consigna era que Villarías imitara en lo posible la actuación de Lugosi, para que ambas versiones fueran coherentes en carácter y planteamiento. Sin embargo, frente a la solemnidad y el áspero acento de Lugosi, el español dio vida a un Drácula menos distante, una especie de aristócrata bon vivant, viajado y embaucador.

Otras diferencias, recuerda Lupita, añadieron un aire peculiar a la producción en castellano:

“Paul quería que nuestra película fuera mejor que la versión en inglés. George Robinson, nuestro camarógrafo de iluminación, iluminó nuestros sets con sombras inquietantes y añadió telarañas por todas partes.

Mi camisón era mucho más sexy que el que usaba Helen Chandler y, tal vez porque filmábamos de noche, nuestros actores parecían aún más amenazantes».

A pesar de las prisas, se apostó por mayor experimentación en las tomas, atrevidos planos y movimientos de cámara y escenarios más abigarrados, supuestamente al gusto del público hispano.

Hay quien sostiene que consiguieron el objetivo y que el remake supera al original, a pesar de la mezcla de acentos del reparto (argentinos, españoles, mexicanos…), que hace sonar algo extraño el conjunto.

En fin, cuestión de gustos. El propio Bela Lugosi, por ejemplo, dijo al verla que era “hermosa, grandiosa, espléndida”.

 

Tras el estreno, en 1931, la versión en castellano se perdió. Muchos años después reaparecería (incompleta) en Estados Unidos y hoy se conserva en el MOMA de Nueva York.

Pero hay otra copia íntegra, con 27 minutos de metraje más, que fue hallada en el ICAIC de La Habana en 1989. Esta versión se ha exhibido desde entonces en varios festivales, aunque no es fácil disfrutarla en la actualidad. Dicen que puede verse íntegramente en alguna web rusa…

¡Ah! Y si te preguntas qué paso con la historia de amor de Paul y Lupita, el plan romántico funcionó. Se casaron en 1932, tuvieron dos hijos y vivieron juntos, vamos a suponer que muy felices, durante más de 50 años, hasta la muerte de Kohner en 1988.