Carta excéntrica

Picasso y el mal de ojo

En Buitrago de Lozoya ultiman las obras de la que será sede definitiva del Museo Picasso – Colección Eugenio Arias. La actual ubicación alberga un puñado de piezas con una característica común: son cerámicas, dibujos, postales, carteles y otros objetos que, a lo largo de veinte años, el pintor regaló a su peluquero, natural de este pueblo de Madrid y a quien conoció en 1945 durante su exilio en Toulouse.

Picasso y Eugenio Arias.

Les presentó Dolores Ibárruri, La Pasionaria, y su amistad fraguó en Vallauris, localidad francesa donde ambos residieron y donde Arias regentaba una barbería.

Allí se estableció el hábito del corte y afeitado seguido del regalo de obras de arte. Un intercambio basado tanto en el buen rollo entre ellos como en la tendencia del genio a la superstición, algo que se recuerda en las paredes del museo:

“Temía que quien poseyese su cabello o uñas pudiera llegar a tener poder sobre él, pues creía que estos estaban impregnados de su fuerza creadora, como el Sansón engañado por Dalila en su lucha con los filisteos… por eso solo podían cortarle el pelo Arias o sus mujeres.”

Las mujeres y amantes de Picasso, se entiende. Su hija Maya recordó en alguna entrevista que tan solo ella y su madre, Marie-Thérèse Walter, podían ser depositarias de las uñas cortadas de Picasso.

Como con el pelo, se afanaba en evitar que cualquier otro resto suyo pudiera llegar a manos de extraños y convertirse en vehículo para gafarle con el mal de ojo.

Y lo mismo con la ropa. Ninguna de sus prendas se tiraba a la basura ni se entregaba a nadie aunque, excepcionalmente, podía quemarse en lugar de ser guardada. Como si fueran reliquias, según cuenta Diana Widmaier, nieta del pintor.

No era algo limitado al propio cuerpo o a sus pertenencias. El interés que mostró por el arte africano, por ejemplo, tenía raíces estéticas, pero también consideraba que aquellas figuras albergaban una energía especial, un alma secreta capaz de ahuyentar los peligros y los malos espíritus.

Y es que, como desveló otra de sus mujeres, Françoise Gillot, a Picasso le horrorizaba atraer el mal fario. Así que nada de cruzarse en el camino de un gato negro o dejar un sombrero sobre la cama.

“En cierta ocasión, durante una pequeña comedia que estábamos representando en plan de broma, se me ocurrió abrir un paraguas dentro de la casa.

¡Y la que se armó a continuación!

Tuvimos que dar vueltas alrededor del cuarto cruzando dos dedos de cada mano, haciendo aspavientos con los brazos y gritando ‘¡Lagarto!¡Lagarto!’ para así ‘cazar’ la mala suerte antes de que ésta nos alcanzara a nosotros.”

“Vivre avec Picasso”. Françoise Gillot y Carlton Lake.

Paloma Alarcó, comisaria de la exposición que el Museo Thyssen organizó con motivo del cincuenta aniversario de su fallecimiento, apunta que el artista «se consideraba a sí mismo una especie de chamán, con una libertad y fuerza creativa que no podía contener»navegando entre lo sagrado y lo profano.

Picasso disfrazado de minotauro. Gjon Mili, 1949.

La superstición también está detrás de su empeño en no dejar testamento, pues entendía que hablar de ello o redactarlo y firmarlo era algo así como despertar el Ojo de Sauron: una llamada de atención a la Parca. Por cierto, sería precisamente Eugenio Arias el encargado de velar en solitario el cuerpo de Picasso en la noche de su muerte, en abril de 1973.

Y, mira qué cosas, esas creencias irracionales tuvieron consecuencias.

Cuando el patriarca de fama, proyección pública y patrimonio tan grandes como su ego falleció dejando confusas y contradictorias indicaciones al respecto de qué hacer con los bienes, su viuda y cuatro hijos se enzarzaron en una larga disputa por el legado. Una batalla digna de -qué se yo- una serie en HBO con intrigas familiares, giros inesperados, alianzas cambiantes y puñaladas por la espalda .

¿He dicho una serie? No te vas a creer cómo se llama la empresa que los herederos fundaron para gestionar el legado del pintor: Succession Picasso.