
Va la cosa hoy de un enfrentamiento olvidado. Un conflicto que ocupó, en los confines del Occidente medieval y durante décadas, a dos ejércitos que se batieron feroz y literalmente, en los márgenes de la Historia. La guerra entre los caballeros medievales y los caracoles gigantes.
Según las representaciones que de esos contendientes nos han llegado, desproporcionados animales habrían campado a sus anchas por la Europa de la época, a caballo -nunca mejor dicho- de los siglos XIII y XIV. Pero, claro, esto no suena muy creíble, ¿verdad?

Vamos por partes. En aquellos años la salvaguarda de la cultura estaba en manos, casi en exclusiva, de los monjes que copiaban manuscritos, antiguos y contemporáneos, en sus monasterios, abadías y cenobios.
De ellos nos queda un legado de miles de incunables, libros que no sólo recogieron los saberes de entonces si no que además son increíbles obras de arte. Muchos se iluminaron con dibujos de plantas y flores, con motivos geométricos o divinos, con bestiarios y con escenas y personajes de la vida cotidiana.
Se adornaban los inicios de los capítulos, las letras capitulares, y también los márgenes de cada página. Aquí es donde hacen acto de presencia los caracoles y por eso decía lo de que las batallas tenían lugar literalmente en los márgenes.

Resulta que, entre el último cuarto del siglo trece y el primer tercio del catorce, en bretaña y las islas británicas, son comunes muchas escenas que representan a un paladín con armadura enfrentándose a un caracol enorme, casi del mismo tamaño que el caballero.
Los monjes dibujan caballeros, montados o a pie, con lanza, con espada o con grandes porras, cargando contra estos bichos. Y, ojo, también al revés: grandes moluscos embistiendo con sus cuernos contra escudos y otras defensas.
Es una imagen bastante desconcertante, incluso para los estudiosos de la Edad Media. ¿Por qué se repiten tanto ese tipo de duelos y por qué en ese momento en concreto de la Historia de Europa?
Pues no hay una respuesta clara, nada más que teorías, ninguna de ellas concluyente y ninguna de ellas descabellada. Bueno, salvo la existencia de caracoles medievales gigantes agazapados tras las rocas para asaltar a los caballeros andantes, esa sí que podemos descartarla por fantástica y a falta de otras evidencias.

La primera explicación dice que en realidad todo es una broma de copistas aburridos, igual que nosotros dibujamos monigotes en reuniones de trabajo o frente al profesor durante alguna clase. La tesis broma tiene muchos adeptos, con variantes. Una es que los monjes se burlaban así de los aparatosos caballeros, comparándoles con rivales de una armadura natural, sin tanta alharaca. Caballeros que, además se dedicaban a cosas absurdas en lugar de dedicarse, como ellos, los monjes, a tareas realmente importantes.
Puede que simplemente los caracoles no eran bien recibidos en las bibliotecas y los huertos, así que los copistas los considerarían una plaga a eliminar por superhéroes con capa y espada. O que scargots, caracoles, es como llamaban los anglosajones a sus archienemigos de la época, los franceses.
Ya que entramos en el apartado malos vecinos y xenofobia, hay quien apunta como víctima de la burla a los lombardos en lugar de los franceses. Es un lugar común caricaturizar a los judíos como prestamistas pero, en aquellos años, eran los naturales de Lombardía y de Génova quienes se dedicaban a dejar dinero a los grandes reinos europeos y, en cantidades mucho más modestas aunque igualmente difíciles de devolver, a particulares.
Si Federico el Hermoso de Austria pedía prestado al 80% o los reyes de España al 40%, en la Inglaterra medieval los préstamos personales podían llegar hasta el 120% de interés al año. Así que, menos bonitos, a los prestamistas lombardos les llamaban de todo. Entre otros sobrenombres se les conocía como «los arrastrados» y de ahí, a llamarles o dibujarles como caracoles solo hay un paso.

Se da la coincidencia de que las extrañas batallas comienzan a desaparecer de los márgenes de los libros en el primer tercio del siglo catorce, justo cuando algunos reyes, como el de Francia, empiezan a pensar que es más fácil prohibir los préstamos leoninos, acusar a los lombardos de usura y quedarse de paso con el oro que seguir pagando intereses por los créditos que deben.
Hay teorías más rebuscadas, basadas el simbolismo, por ejemplo. Los caballeros andantes estarían luchando en esas representaciones contra la pereza, contra él ansia de atesorar bienes terrenales y contra las tentaciones de la carne (de la carne femenina, no de las cazuelas de caracol), porque todos esos significados se le pueden atribuir al animal y a la espiral de su concha.
A mí me da que pensar una explicación alternativa, según la cual los dibujos nos muestran hombres confiados en su victoria ante caracoles sin prisa, infinitamente tercos y pacientes.
Los caballeros, dice esta tesis, solo son pobres ilusos persiguiendo un imposible: detener el paso del tiempo, simbolizado por el caracol, pese a que deberían ser conscientes del inevitable desenlace: la victoria final de la muerte.
