Carta excéntrica

Se vende Dinamarca

La “oferta” de Donald Trump para anexionar Groenlandia no es la primera que Estados Unidos lanza a otras naciones para crecer a su expensas. En 1803 dobló su territorio con la compra a Francia de la Luisiana, que se extendía por casi todo el actual Medio Oeste bloqueando la expansión hacia al Pacífico. 15 millones de dólares (de la época, claro) costó el acuerdo.

En 1819, España les vendió la Florida (una superficie también algo más extensa que el actual Estado) a cambio de saldar deudas por valor de cinco millones. El doble, diez millones, es lo que sacó México en 1854 por vender parte de las actuales Nuevo México y Arizona, poco después de haber cedido (con una compensación de 15 millones de dólares y la condonación de deudas menores) miles de kilómetros cuadrados que hoy se integran en California, Nevada, Utah, Wyoming y Colorado.

Y, por supuesto, está la operación más conocida de todas, la compra de Alaska al zar Alejandro II, que mete en escena a un personaje clave para nuestra historia: William H. Seward.

Secretario de Estado durante las presidencias de Lincoln y Johnson, fue el encargado de cerrar el trato con los rusos a cambio de 7,2 millones de dólares y abrió el camino para incorporar otros enclaves, como Midway en el Pacífico.

El cheque para la compra de Alaska.

Seward se flipó con la posibilidad de comprarse el mundo a cachitos y sopesó, entre otras, las anexiones de la República Dominicana y Cuba. También propuso rebajar las entonces tensas relaciones con Reino Unido -enrarecidas por el apoyo de la corona al bando confederado durante la Guerra Civil- a cambio de la entrega de la Columbia Británica, una jugada que permitiría conectar Alaska con el resto del territorio estadounidense.

En resumen, su visión es un antecedente de las obsesiones de Trump. En época tan temprana como el último tercio del siglo XIX, Seward ya imaginó una Canadá asociada a los EEUU y elaboró un informe sobre la posibilidad de adquirir Islandia y Groenlandia aprovechando el fin de la unión entre Noruega y Dinamarca que hasta entonces eran dueñas en comandita de las islas.

En 1905 retomaron la ocurrencia, aunque la plantearon como un intercambio: Groenlandia por las Antillas Neerlandesas y Mindanao (Filipinas). Y, tras la Segunda Guerra Mundial, volvieron a la carga con una nueva oferta contante y sonante: cien millones de dólares en lingotes de oro.

William Henry Seward.

“Va a ser que no”, dijeron los daneses en todas esas ocasiones. Pero no porque se cerraran en banda a cualquier tipo de traspaso de propiedad. La prueba es que Dinamarca vendió sus colonias en Asía y tres enclaves africanos -en la actual Ghana- a los británicos. Y Seward tuvo sobre la mesa una oferta danesa para hacerse con dos islas, Santo Tomás y San Juan, parte de la presencia colonial de Dinamarca en el Caribe.

La operación se frustró porque varios desastres naturales (que arrasaron las infraestructuras de ambas islas) hicieron que los americanos dieran marcha atrás a última hora.

Ya en 1917, los daneses plantearon un ¨llévese tres por el precio de dos¨ al añadir al pack la cercana Santa Cruz a cambio de 25 millones de dólares. Más adelante cederían también a los americanos la isla del Agua, su última posesión en las Antillas, para completar el catálogo de las actuales Islas Vírgenes Estadounidenses.

Así que ni Trump es original en la propuesta ni hay que descartar que algún día pueda cumplir sus deseos expansionistas a costa de Dinamarca.